martes, 3 de febrero de 2009

PREMONICIÓN....SIETE DÍAS

1.12.08



Amaneció como un día más, o tal vez no, pues Camabel se despertó antes de que el maldito despertador emitiese su canto particular. Al primer "tititic" que salía del despertador, lo apagó sin rechistar, sin maldecirlo y sin pulsar su botón preferido llamado "snooze". Estaba sudoroso, con una respiración agitada. En su cabeza, intentaba ordenar todo lo que había soñado. De hecho, ya despierto, le venían a la cabeza "flash-back" de ese sueño, un sueño raro.



Intentó seguir su ritual matutino con la mayor normalidad, aunque con el semblante más serio. Besó a su flamante mujer; ésta se percató del sudor que desprendía desde su frente, pero pensó que había pasado calor esa noche. Comenzó a disfrazarse de persona, aunque sin confundirse en la posición de los botones de la camisa. Tomó su "elixir de espabilamiento", aunque esta vez no era para mantenerlo despierto, pues ya lo estaba y bastante. Al pasar junto a su flamante mujer y ésta notar su seriedad le preguntó -cariño, ¿estás bien?-, a lo que contestó asintiendo con la cabeza. Despertó a sus hijos besándolos e intentando impregnarse de ese aliento de felicidad, aunque ese día era difícil, pues tenía la mente en otro lugar. Se despidió de su familia, agarró el paraguas, pues se avecinaba una gran tormenta, y huyó hacia la parada de autobús.



Esta mañana no tuvo que correr a alcanzar el bus de las 8.22, pues iba adelantado a la mañana. Sentado en la parada, le vino a la mente un número, el 8, acompañado de unos símbolos muy extraños, nunca había visto esos trazos. El número le venía a la mente de forma destellante, iba y venía, se acercaba y se alejaba, llegando incluso a ser molesto. Tan sólo hubo una forma de que desapareciera ese pensamiento, y fue la llegada del fuerte hedor de la señora que casi todas las mañanas la acompañaba. Incluso le dio una arcada, que logró disimular con una falsa tos.



Se montó en su asiento, esta vez acompañado de una señora mayor, pequeñita de altura, pelo blanco con mechones amarillentos propios de la edad y de no haber usado tintes. Iba vestida de negro, con una bolsa de tela llena de pan. Camabel se fijó en sus manos, que estaban sin ninguna arruga, a pesar de que en la cara tenía bastantes. Llevaba un anillo, tipo alianza, y en el medio se trenzaba combinando oro blanco y oro amarillo. Un frenazo del conductor hizo que apartara la vista de la señora para atender lo que había pasado. Un motorista se interpuso al autobús y tuvo que frenar bruscamente. Cuando volvió a mirar a la señora, se percató de que ésta estaba mirándolo fijamente, con unos ojos blanquecinos, casi albinos, brillantes. Ambos se miraron pero no cruzaron palabra alguna. Mientras, la ruta del bus seguía su camino. Cuando llegaba a su parada, Camabel le pidió a la señora que encogiera un poco las piernas, para poder pasar sin molestarla demasiado. Ella accedió con una leve sonrisa. Al darle las gracias, la señora de ojos blanquecinos le murmuró la frase que marcaría el rumbo de su día, y, sobretodo, lo que le acontecería próximamente. "Faltan siete para el ocho, prepárate". Camabel giró toscamente hacia la señora, la que ya se encontraba mirando hacia la ventana, con la mirada perdida. - Perdone, ¿cómo dice?- le preguntó, pero ella, hizo como que no escuchó nada, como si no fuera con ella. Cuando le fue a tocar el hombro para hacerse notar, un grupo de viajantes empujó a Camabel hasta la salida del bus. Ya en la calle, vio como el vehículo se iba desapareciendo y camuflándose en la ciudad. Lo más curioso, era la linea 8, y un detalle más, la matricula era 0008CNC. Camabel suspiró, movió la cabeza de lado a lado, se frotó varias veces los ojos, y supuso que eso sería cosas de su imaginación, un mal sueño, que pretendía trastocarle el día, lo que no permitiría. Siguió su camino hacia el bar donde cada mañana desde hacía varios años tomaba su segundo "elixir de espabilamiento". Intentó evadirse de todo lo sucedido ojeando los diarios, pero era más difícil de lo que pensaba. Pagó y se fue hacia su cueva donde estaba convencido de que se le olvidaría todo, pues sabía que tenía mucho que hacer.

En la oficina, aunque su mente estaba distraida en los miles de documentos que tenía en la mesa, de vez en cuando volvía a pensar en ese 8, en esa frase, faltan siete para el ocho. Buscó por Internet algún tipo de significado a esa frase, pero no aparecía nada que le sacara de dudas. A más que cavilaba en todo lo que había vivido esa mañana, no encontraba significado alguno. Incluso trató de dibujar esos símbolos que había soñado, pero no atinaba a lograrlos. Buscó varios símbolos en la red, pero ninguno se asemejaba a lo fantaseado esa noche. En su mente lo veía claro, pero en papel no había forma alguna de darle apariencia. Lo dejó por imposible. Entonces se empezó a entretener con las conversaciones de los compañeros, de los que acudían a su despacho y de las llamadas que recibía. Poco a poco fue olvidando todo, y volviendo a ser él mismo.

Llegó a casa, con la única novedad de que el autobus iba vacío, un conductor muy cantarín del que apenas podía averiguar qué estaba cantando, y que la lluvia hacía acto de presencia en ese día.

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