domingo, 8 de febrero de 2009

SUEÑO DE UNA NOCHE......MUY FRÍA

Ya en casa, Camabel intentó ordenar todo lo sucedido. Fue a contárselo a su flamante mujer, pero no quería preocuparla. Estaba todo enredado, trastocado, y no encontraría palabra para describir ese día raro, incluso él mismo sería incapaz de creer todo aquello.

Se puso a jugar con los niños, y eso pareció despistar su mente. Sacaron varias cajas llenas de pistas y coches, y montaron una gran ciudad. Cientos de coches circulaban por esas vías de plásticos empujadas por las manos de Camabel y sus hijos. Cuando pasó un rato, se cansaron de coches, y empezaron a recoger. Hubo un vehículo en miniatura que le llamó la atención a Camabel, empezó a sudar, casi le faltaba el aire. Era un autobús de juguete, con un gran ocho marcando un recuadro trasero, y como matrícula 0008CNC. Pensó, esto sobrepasa la realidad, no puede ser. Intentó coger una gran bocanada de aire, pero la angustia sólo le dejó llenar sus pulmones a la mitad. Uno de sus retoños le preguntó -Papá, ¿Qué te ocurre?- Negó con la cabeza y sacó su mejor y plastificada sonrisa, para aparentar la calma que siempre le ha caracterizado.

Se sentaron todos a cenar. Se entretenía con cualquier cosa que había en la mesa, jugueteaba con el pan, la sopa la mareaba con la cuchara sin llevarla a la boca. Su flamante mujer atinó a preguntarle - ¿Te encuentras mal? ¿Prefieres otra cosa?- A lo que le contestó - No, no te preocupes, es que he tenido un día infernal en la oficina, y ya sabes que los nervios me quitan las ganas de comer. No te preocupes, está todo ya solucionado, pero el malestar del día hace hincapié en la noche, ya sabes-. Se quedó satisfecha con su respuesta, y él también, ya que pudo respirar más hondo que la otra vez que lo intentó.

Se dio una ducha muy muy caliente; el sentir el agua por el cuerpo a una temperatura alta le confortaba. Se enjabonó suavemente mientras reconducía su historia, aunque le fue imposible encontrar algo de lógica.

Cuando se metió en la cama, luchó por dominar la situación y coger pronto el sueño. Y lo consiguió a medias, se quedó bien pronto dormido, pero, volvió a soñar lo mismo, y esta vez con más claridad.

Se despertó a mitad de la noche, y, sin perder ningún segundo, enfundó sus pies en sus zapatillas, corrió al salón y, con cuaderno y bolígrafo en mano, comenzó a dejarse llevar por sus pensamientos para dibujar y anotar todo lo imaginado en su cabeza en su hora de sueño. Esta vez tenía todo muy fresco, aunque amontonado en su cabeza, supo ir sacando cada idea sin mezclarlo todo.

Los símbolos que le venían a la cabeza eran como unas pinzas gigantescas. No sabía que era, pero supo dibujarlos a la perfección. Anotó las diferentes frases que recordaba: "ganarás tiempo si dejas de temer" , "comenzará como algo sin importancia, pero la importancia que tú le des será decisiva", y la más extraña, "no te arrastres ni te hundas, tu tesón, tu cabeza y tu magia será determinante a la hora de matar". ¿Matar?, pensó, ¿a quién voy a matar?, ¿matar por qué?.

Buscó información en Internet, pero no venía nada. Se centró en el símbolo, pero no atinaba a descifrar. Pinzas, tenazas, ¿qué será?, reflexionaba sin acierto. Si no tengo que temer, ¿por qué estoy obsesionado? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en todo esto? Su mente estaba inquieta, su pierna temblaba. Una luz en la ventana le apartó de ese climax inquieto, y se dirigió a ver qué era. En el bloque de enfrente salían destellos de una ventana. De repente cesó ese resplandor y entre la oscuridad pudo divisar una imagen. No se lo podía creer, era la misma anciana que se cruzó en el autobús y le dio el mensaje de que faltaban siete para el ocho. Los ojos de Camabel parecían salirse de su ubicación; intentó hacerle señas, llamar la atención de la anciana. Ésta le respondió con un gesto. Por señas le indicó que fuera a dormir y que silenciara. Con la mano en el pecho le envió un beso que Camabel creyó sentir. Entonces su pierna dejó de temblar, su pulso descendía velocidad y la calma se apoderó de él. Se fue a la cama y, milagrosamente pudo conciliar el sueño, además de plácidamente. Esa noche no hubo más pesadillas, ni símbolos extraños ni frases que no adivinaba el por qué. La noche siguió su curso, y Camabel pudo descansar.

martes, 3 de febrero de 2009

PREMONICIÓN....SIETE DÍAS

1.12.08



Amaneció como un día más, o tal vez no, pues Camabel se despertó antes de que el maldito despertador emitiese su canto particular. Al primer "tititic" que salía del despertador, lo apagó sin rechistar, sin maldecirlo y sin pulsar su botón preferido llamado "snooze". Estaba sudoroso, con una respiración agitada. En su cabeza, intentaba ordenar todo lo que había soñado. De hecho, ya despierto, le venían a la cabeza "flash-back" de ese sueño, un sueño raro.



Intentó seguir su ritual matutino con la mayor normalidad, aunque con el semblante más serio. Besó a su flamante mujer; ésta se percató del sudor que desprendía desde su frente, pero pensó que había pasado calor esa noche. Comenzó a disfrazarse de persona, aunque sin confundirse en la posición de los botones de la camisa. Tomó su "elixir de espabilamiento", aunque esta vez no era para mantenerlo despierto, pues ya lo estaba y bastante. Al pasar junto a su flamante mujer y ésta notar su seriedad le preguntó -cariño, ¿estás bien?-, a lo que contestó asintiendo con la cabeza. Despertó a sus hijos besándolos e intentando impregnarse de ese aliento de felicidad, aunque ese día era difícil, pues tenía la mente en otro lugar. Se despidió de su familia, agarró el paraguas, pues se avecinaba una gran tormenta, y huyó hacia la parada de autobús.



Esta mañana no tuvo que correr a alcanzar el bus de las 8.22, pues iba adelantado a la mañana. Sentado en la parada, le vino a la mente un número, el 8, acompañado de unos símbolos muy extraños, nunca había visto esos trazos. El número le venía a la mente de forma destellante, iba y venía, se acercaba y se alejaba, llegando incluso a ser molesto. Tan sólo hubo una forma de que desapareciera ese pensamiento, y fue la llegada del fuerte hedor de la señora que casi todas las mañanas la acompañaba. Incluso le dio una arcada, que logró disimular con una falsa tos.



Se montó en su asiento, esta vez acompañado de una señora mayor, pequeñita de altura, pelo blanco con mechones amarillentos propios de la edad y de no haber usado tintes. Iba vestida de negro, con una bolsa de tela llena de pan. Camabel se fijó en sus manos, que estaban sin ninguna arruga, a pesar de que en la cara tenía bastantes. Llevaba un anillo, tipo alianza, y en el medio se trenzaba combinando oro blanco y oro amarillo. Un frenazo del conductor hizo que apartara la vista de la señora para atender lo que había pasado. Un motorista se interpuso al autobús y tuvo que frenar bruscamente. Cuando volvió a mirar a la señora, se percató de que ésta estaba mirándolo fijamente, con unos ojos blanquecinos, casi albinos, brillantes. Ambos se miraron pero no cruzaron palabra alguna. Mientras, la ruta del bus seguía su camino. Cuando llegaba a su parada, Camabel le pidió a la señora que encogiera un poco las piernas, para poder pasar sin molestarla demasiado. Ella accedió con una leve sonrisa. Al darle las gracias, la señora de ojos blanquecinos le murmuró la frase que marcaría el rumbo de su día, y, sobretodo, lo que le acontecería próximamente. "Faltan siete para el ocho, prepárate". Camabel giró toscamente hacia la señora, la que ya se encontraba mirando hacia la ventana, con la mirada perdida. - Perdone, ¿cómo dice?- le preguntó, pero ella, hizo como que no escuchó nada, como si no fuera con ella. Cuando le fue a tocar el hombro para hacerse notar, un grupo de viajantes empujó a Camabel hasta la salida del bus. Ya en la calle, vio como el vehículo se iba desapareciendo y camuflándose en la ciudad. Lo más curioso, era la linea 8, y un detalle más, la matricula era 0008CNC. Camabel suspiró, movió la cabeza de lado a lado, se frotó varias veces los ojos, y supuso que eso sería cosas de su imaginación, un mal sueño, que pretendía trastocarle el día, lo que no permitiría. Siguió su camino hacia el bar donde cada mañana desde hacía varios años tomaba su segundo "elixir de espabilamiento". Intentó evadirse de todo lo sucedido ojeando los diarios, pero era más difícil de lo que pensaba. Pagó y se fue hacia su cueva donde estaba convencido de que se le olvidaría todo, pues sabía que tenía mucho que hacer.

En la oficina, aunque su mente estaba distraida en los miles de documentos que tenía en la mesa, de vez en cuando volvía a pensar en ese 8, en esa frase, faltan siete para el ocho. Buscó por Internet algún tipo de significado a esa frase, pero no aparecía nada que le sacara de dudas. A más que cavilaba en todo lo que había vivido esa mañana, no encontraba significado alguno. Incluso trató de dibujar esos símbolos que había soñado, pero no atinaba a lograrlos. Buscó varios símbolos en la red, pero ninguno se asemejaba a lo fantaseado esa noche. En su mente lo veía claro, pero en papel no había forma alguna de darle apariencia. Lo dejó por imposible. Entonces se empezó a entretener con las conversaciones de los compañeros, de los que acudían a su despacho y de las llamadas que recibía. Poco a poco fue olvidando todo, y volviendo a ser él mismo.

Llegó a casa, con la única novedad de que el autobus iba vacío, un conductor muy cantarín del que apenas podía averiguar qué estaba cantando, y que la lluvia hacía acto de presencia en ese día.

lunes, 2 de febrero de 2009

INTRODUCCIÓN

En una ciudad como otra cualquiera, sonaba el despertador como en miles de hogares. Camabel, un joven de 30 años se despierta maldiciendo el sonido que día tras día escuchaba. Pulsó el botón llamado "snooze", el cuál le permitía holgazanear más en la cama por unos minutos más. Volvía a sonar, mismas maldiciones hacia el despertador, y pulsaba el mismo botón, por dos veces más, hasta que le daba al botón "off" para acabar con ese sonido tortuoso.

Ya más despierto, besaba a su flamante esposa, deseándole los buenos días, se sentaba en la cama a la vez que se esperezaba y se flotaba los ojos, ayudándolos a abrirse mejor y que éstos se fueran acostumbrando a la luz, que durante unas horas habían permanecidos a oscuras.

Ahora comenzaba el ritual matutino; rescatar del galán que tenía junto a su cama una camisa impecable, de tonos azulados, colocársela y darse cuenta en el último botón que se había saltado uno; vuelta a desabrochar y esta vez abrocharlos uno a uno con sumo cuidado. Enfundarse en unos pantalones tipo "chinos" perfectamente planchados, en tonos beige y agarrado por un cinturón de cuero envejecido. Abría el cajón segundo de su mesita de noche y sacaba unos calcetines llamados de ejecutivos, color marrón. El primer par que sacó se dio cuenta que estaba roído en la puntera, por lo que los tiró al suelo para luego recogerlos y llevarlos a la basura. El segundo par que sacó estaba en perfecto estado, mismo color. Con ellos cubrió sus pies, colocándose a continuación unos zapatos del mismo color que los calcetines.

Ya disfrazado de persona, avanzó hacia la cocina para tomarse un "elixir de espabilamiento" llamado café, lo que lo haría mantenerse despierto durante todo el día. Una vez acabada esa pócima mágica, corrió a besar a sus retoños antes de que estos abrieran los ojos. No había nada más hermoso en su vida que ese momento, despertar a sus hijos con sus besos, sintiendo sus alientos dormidos llenos de inocencia. Una vez éstos despiertos, besaba a su flamante mujer mientras se iba despidiendo para tomar el autobús de las 8.22. Con suerte tomaría un asiento, aunque era los menos días que esto sucedía, ese día pudo ir sentado, eso sí, al lado de una señora que, por el aspecto y fundamentalmente por el olor, llevaba días sin sentir el agua caer por su cuerpo. Tenía una mezcla de fuerte hedor a sudor y colonia barata. Cruzando los dedos para que se bajara cuanto antes ese adefesio humano y poder respirar, se dio cuenta que la suerte no estaba para él ese día, ya que tuvo que aguantarla durante todo el trayecto.

Por fin bajó, por fin respiró, aunque cayó en cuenta de que tendría ese olor, ese hedor en su olfato por buena parte de la mañana.

Apresuró a llegar al bar donde, antes de invernar en su oficina durante todo un día, saboreaba otro "elixir de espabilamiento", por si el efecto del otro se esfumaba. Echaba un vistazo a los diarios del día, ojeando los titulares más llamativos. Pagaba, se despedía y entraba en la cueva llamada oficina. En dicha cueva, atendía mil y una llamadas, buceaba entre montañas de papeles, sonreía a todo aquél que pasaba por su mesa. Era característico su sentido del humor, su amabilidad y su buen hacer. Siempre esbozaba una palabra amable.

Lo mejor era el último cuarto de hora de su estancia en esa cueva. En ese momento establecía un nuevo ritual; alinear todos y cada uno de los documentos que se encontraban en su mesa, colocar todos los capuchones de los bolígrafos y éstos a su vez colocarlos en el lapicero, apagar el ordenador, enchaquetarse y despedirse. Por el camino a la parada del bus, iba suplicando dos cosas, no haber perdido el transporte, y sobretodo, no volverse a encontrar con la señora maloliente de por la mañana. Había días que lo lograba, otros, la suerte se la dejaba en la cueva, y se volvía a encontrar a dicho espécimen.

Cuando volvía a casa, le esperaba unas horas de juegos con los niños, una larga charla con su flamante mujer, picar algo mientras oía de fondo la tele, una ducha calentita y placentera y a taparse hasta volver a escuchar el maldito sonido del despertador.


Continuará.................